A 9 años desde que se promulgó el 4 de Septiembre como el Día Nacional del Vino Chileno ha pasado un buen tiempo para evaluar cuál ha sido el impacto de un día dedicado a esta bebida, con todo lo que ésta representa como patrimonio cultural, motor de desarrollo para muchas regiones y como imagen de Chile frente al mundo.
Hace 9 años celebrábamos con emoción este hito de relevancia: la instauración por decreto presidencial del Día Nacional del Vino el 4 de Septiembre. La iniciativa fue fruto de un trabajo colaborativo público-privado de distintas entidades vinculadas al mundo del vino y la gastronomía y puso de manifiesto lo que significa la vitivinicultura en Chile como Patrimonio, Cultura, Salud y Trabajo. Un reconocimiento a los cerca de 500 años de historia del vino en nuestro país.
Hoy es un buen momento para evaluar y reflexionar, sobre todo porque este último año ha sido difícil para la industria vitivinícola en Chile y el mundo.
Desde hace 6 años se observa una tendencia a la baja en el consumo mundial de vino junto con un cambio paulatino en las preferencias de los consumidores hacia otro tipo de bebidas alcohólicas.
Chile ha visto caer muchos de sus mercados de destino y han bajado las exportaciones por lo que todas las miradas se han vuelto sobre el mercado y el consumidor interno. Debió ser así desde un principio, pero por la vocación exportadora de Chile, eso no ocurrió, hasta ahora.
La agenda de actividades en torno a la celebración del Día Nacional del Vino cada año se amplía más y es alentador observar que la mayoría son instancias de reunión convivial en torno al vino, haciendo eco del espíritu que inspiró esta efeméride.
Enoturismo Chile las ha recopilado en un calendario que ofrece alternativas a lo largo del país durante todo Septiembre. Es muy positivo, sin embargo, toda esta devoción expresada durante un mes ¿es suficiente?, ¿alcanza para que el vino vuelva a ocupar el sitio que merece en nuestros espacios de convivencia diaria?
Tengo varias preguntas más que me inquietan y no pretendo dar respuesta a ellas en esta columna:
¿Qué tanto ha servido este día para integrar el vino a la identidad chilena?
¿Qué tanto ha servido para promover el consumo responsable?
¿Qué tanto ha contribuido al aumento del consumo de vinos especialmente entre jóvenes mayores de edad?
¿Pensamos a la cocina y al vino formando una unidad inseparable?
¿Qué tanto ha contribuido a la sustentabilidad de los productores y los vitivinicultores?
Quisiera que sirvan para invitar a la reflexión, y ojalá activar luego el diálogo y la acción.
Otro hecho que me llama la atención es que pese a la fama del vino chileno no existen muchas investigaciones históricas dedicadas a él. El libro de José Del Pozo, “Historia del vino chileno”, publicado hace 26 años y reeditado el 2014, sigue siendo una de las pocas investigaciones sólidas en este ámbito, aunque sólo se concentra en la vitivinicultura de la zona central, entre Aconcagua y Maule, quedando fuera los vinos de Itata al sur y también los del extremo Norte. Es necesario ampliar geográfica y culturalmente lo que se considera “vino chileno” más allá de estos límites.
No puedo dejar de mencionar la entrada en vigencia, hace un par de meses, de la nueva ley de etiquetado de alcoholes. La normativa exige incluir advertencias sobre el consumo nocivo en toda la publicidad física y virtual. Sin entrar a cuestionar las políticas de salud pública tras la medida y su objetivo de fomentar prácticas de consumo responsable, si quiero llamar la atención sobre la forma y el poco cariño demostrado hacia nuestro vino. ¿No se podía hacer una distinción en este gran saco objeto de la ley que son “todas las bebidas alcohólicas sobre 0,5 grados”?
Hace ocho años, en el marco de la gira mundial BBVA-El Celler de Can Roca, los hermanos Roca visitaron Chile mostrando la gastronomía del afamado restaurante que lleva su apellido. Lo traigo a la memoria por esa especial conjunción que, al decir de los críticos, ellos logran en su restaurante. Lo que llaman “un juego a tres bandas: el mundo dulce, el mundo líquido y el mundo salado”. Dice el crítico y periodista gastronómico español José Carlos Capel: “los platos no concluyen en sí mismos, sino que encuentran una prolongación natural en el vino con el que se acompañan”.
Pienso que se debe promover esta vinculación entre comida y vino, desde la más alta gastronomía hasta la mesa diaria de nuestros hogares, reconocer que la armonía de ambos permite que se disfruten mejor que por separado. Estoy convencida que el acto cotidiano de comer, acompañado de un vino, lo traerá de vuelta a las mesas de los chilenos.
Dicho todo lo anterior, este 4 de Septiembre tenemos muchas razones por las que dedicarle esfuerzo, energía y preocupación al mercado interno y a los consumidores nacionales que van a estar siempre aquí. ¡Los invito pues a alzar una copa y brindar por nuestro vino chileno!
Por: Adriana Cerón, Ing. Agrónomo Enólogo, fundadora de www.eudoravinos.cl
Imagen portada: Elle Hughes.